¡Mi
Corbatita! Pestañas blancas y hocico nevado.
Ayer te
fuiste, mi pobre pichicha, al cielo de los perros y los gatos. Sin dudas te
fuiste ahí, como todos los bichitos que pasaron por acá. Sin dudas, porque
fuiste una perra buenísima, que con esos ojitos oscuros y suplicantes te
hiciste valer para quedarte en casa.
Viniste un
día hace casi dos años. Entraste por algún hueco del alambrado. Primero te quisimos sacar, porque ya no
queríamos tener más perros... Pero no hubo caso. Tus patas no obedecieron ninguna
orden y tus ojitos hicieron el resto.
¡Corbata!
Tu nombre te lo pusimos por esa hermosa corbata blanca sobre tu pelo negro. Un
pelo de perra vieja, medio duro y muy sucio.
Llegaste con unas terribles marcas en el cuello y en la cola, sin pelo,
que mostraban a claros ojos que te habían tenido atada mucho tiempo. Y llegaste también enfermita, de cáncer,
pobrecita.
Y te
empezaste a poner peor. Te operamos dos veces. Te pusiste mejor de tu pelo,
engordaste y moviste mucho la cola. Hasta corriste y saltaste de alegría varias
veces.
Una vez, cuando Rubi te mordió la oreja, casi te desangrás. Un mar de sangre en la cocina. Hicimos de todo para taparte esa arteria. Un 31 de diciembre, mientras todos los veterinarios festejaban fin de año y nuestro pariente comían un asado... Con Elián, los inventos de Nehuén y Eduardo buscando en Internet qué hacer, , pudimos parar la hemorragia. Terminamos a las dos de la mañana.
Al tiempo,
no sé cómo ni para qué, te pasaste a la casa de al lado donde hay dos ovejeros.
El macho es un chinchudo irremediable, y la hembrita lo copió. Casi te matan.
Te salvó el vecino de la otra casa que pasó con una escalera y pudo distraer a
los ovejeros mientras papá te arrastró por abajo del alambrado.
Volviste a
mover la col despacito cuando te recuperaste.
Y después
esos tumores, que empezaron a crecer como locos. Pobre pichicha. Ya casi no
podías echarte del dolor. Te dimos desinflamatorios y calmantes. Estuviste
adentro de cas tus últimos días, mimada y calentita. Pero hacía ya cuatro días que no comías ni
tomabas agua. La última noche te quejaste mucho. Te dolía. Los calmantes ya no
te hacían efecto.
Y después,
te fuiste, hermosa, a estar tranquila y correr y saltar, y jugar y a mover la
cola al cielo de los perros. Yo te conté que podías jugar con todos nuestros
buenos y hermosos pichichos y gatos que ya no están con nosotros: Pelusa,
Hachi, Toby, Perla, Pomelo, Benito, Tino, Fénix, Lila, Luna, Reina, Manchita,
Canela, hasta Felipe... y León. Te dije que si los otros te molestaban o te hacían rabiar, te
refugiaras con Leoncito, el perro más bueno del mundo, que también vino viejo y
enfermo como vos y nos demostró su agradecimiento de una forma inolvidable. Mi
rubio precioso. Todos ellos vinieron solos, cachorros tirados o viejitos abandonados o de la protectora de animales.
Fueron los perros y gatos más queridos y agradecidos del mundo.
Y ahora te fuiste
vos, Corbata, pestañas blancas y hocico nevado, mi perrita vieja , de ojitos
cansados.