13 de octubre de 2017

No alcanza.





Hoy despuntó el día con uno de los paisajes que más me gustan: en ese fondo infinito, las sierras recortadas en azul penetrante, coronadas por nubes blanquísimas que se disponen a huir de su encierro de lluvia. Son como plumas enjauladas que empiezan a volar su destino de viento, libre de ataduras mojadas de aguaceros.
Pero no hay felicidad. Esta vez no. No alcanzan las sierras azules, violetas, encantadas. No alcanza el frío de la mañana en la piel ni el canto prometedor de los pájaros que se deleitan escarbando en la tierra húmeda. No alcanzan las últimas gotas de agua que, brillantes, se resbalan de las hojas húmedas y lustrosas.
Y así los días, uno tras otro, con su trajinar incesante, monótono y desgastante, agobiante, doloroso; una rutina que oprime, que aplasta y empobrece.

Y que parece no tener fin en ese abismo infinito que se abrió hace tiempo para quedarse eternamente.

                                                      María Nieves Acero

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