8 de septiembre de 2015

¿Habrá faltado alguna materia en el Profesorado?




Este cartelito tiene un error, pero está muy bien lo que dice...


Cómo para no acordarse, Uno lamentablemente también se acuerda de cosas como ésta.
No es que haya sucedido una vez, dos veces… No. Era cosa de todos los días.
Empezaba la clase. Iba todo normal. Todo hasta que aquel niño entraba en acción y además de negarse a hacer cualquier actividad propuesta, empezaba a molestar a cuantos podía: comentarios en voz muy alta fuera de lugar, alguna que otra amenaza para el recreo a algún compañero. Solía pararse , agarrar la cartuchera de algún chico y revolearla con muchísima fuerza contra la pared del fondo del aula, seguir caminando, agarrar otra y cambiarla de mesa, y así con dos o tres más. También rompía los lápices de los compañeros si dar tiempo a hacer nada, tal era su rapidez.

Por supuesto no hacía caso por las buenas ni con un reto.
Era casi cuestión de resignación de los chicos y mía también esperando que se calme.
De repente, se le daba por salir del aula, sin preguntar, sin avisar…
¡Qué cansancio, por Dios! Un día tras otro la misma historia.
A veces salía y lo buscaba. A veces tenía suerte y lo convencía de entrar al aula. Otras no, y se la pasaba paseando un rato, molestando a quien se encontrara en el camino si tenía oportunidad, pegándole en la cabeza a alguno que iba o volvía del baño, gritando por los pasillos…
En medio de cada búsqueda del niño, yo pensaba en los otros veinticuatro que habían quedado en el aula, responsable yo de todos ellos también , por supuesto. ¿Cómo dividirme en dos? ¿Cómo hacer para darles clase a los que quedaron en el aula - que al fin y al cabo quieren ejercer su derecho de aprender  y yo el mío de enseñar- ,  cuidarlos de que nada les pase y a la vez salir a buscar a este niño para que vuelva al aula, para que no moleste afuera, para que pueda aprender algo él también?
Ese día estaba peor que otros… Salió, pero con un palo que encontró por ahí empezó a golpear todas la puertas de las otras aulas, mientras gritaba qué sé yo qué cosas.
Otra vez el dilema. ¿Sigo enseñando a estos niños que no tienen por qué dejar de aprender, o salgo a buscarlo con la posibilidad incluso de que me golpee con el palo a mí también para que no moleste a los demás, sin ninguna certeza de poder lograrlo?
Ese mismo niño fue el que se quedó con una caja de alfileres que había en mi escritorio. (No la vi, si no la hubiera sacado antes de que la encontrara él. Todo había que sacar de su alcance: el borrador, la escuadra del pizarrón.., porque los convertía en elementos aptos para molestar a otro o se los robaba).
Después de decirle innumerables veces que  devolviera la caja, que dejara de sacar alfileres, ¡que no pinchara con ellos a los compañeros!, la puso en el escritorio. Pero al segundo ya no estaba. Nadie la tenía. Después un nene me dijo que él se la había llevado y le había hecho un gesto de que si hablaba ¡zás!
Fue el mismo niño que amenazó a una docente con matarle a su perro, un ovejero divino. Creo que había sido por una nota baja o un reto, no recuerdo bien.
-“Yo sé dónde vive. ¡Qué lindo que es su perro! Se lo voy a matar, ¿sabe? Yo sé dónde vive.”
Fue el mismo niño que  al encontrar a una docente en el centro, en vez de saludarla, le tiró el humo del cigarrillo que él fumaba, en la cara.

Me pregunto si habrá faltado alguna materia en el profesorado para saber qué hacer en estos casos…

María Nieves Acero

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