19 de agosto de 2015

¡¡Buen dííííííaaaa!!





Llegué esa mañana bien tempranito a la escuela cargada con cajas, friselina, y unas banderas para que se usen en los actos.   Me llamó la atención ver algunos papás y mamás en la vereda de la escuela y enfrente.
-         ¿Qué harán acá afuera con los chicos corriendo en medio de la calle desde tan temprano en vez de entrar? –me pregunté.
 Estaba contenta y así saludé a unas mamás que estaban paradas contra la reja de la escuela.
-¡Buen díííía!
Nada, silencio total.
Para mis adentros pensé:
-         Ah, bueno, desde el primer día ya ni saludan…
 Caminé un poco más pero me di vuelta  y volví a decir, pero esta vez más fuerte:
-¡Buen díííííííííííía!
A duras penas me contestaron, y sin ninguna gana.
Al entrar, un nene ya grandecito iba saliendo, es decir, nos cruzamos.
-¡Buen díííía!- le dije.
Nada.
-¡Buen díííía!- repetí.
Siguió caminando como si tal cosa, así el mundo.
Menos mal que más adentro volví a saludar a una mamá con su nena y ellas sí respondieron.  Seguramente habían observado la situación anterior. Ya estaba pensando que me había vuelto invisible, como en esas películas de terror  en que no se ve al protagonista que trata de comunicarse con los vivos.
Está difícil el tema. Ahora no sólo hay que educar a esta generación de niños, sino a la anterior, de la que los chicos sacan esos ejemplos , digamos, no del todo deseables.


María Nieves Acero


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