6 de agosto de 2015

Hornalla encendida



Habíamos terminado de comer. Era mediodía. Cada uno fue dejando sus cosas para lavar en la pileta y se fue del comedor.
Me acerqué a la mesada repleta de platos, cubiertos, cacerolas…No sabía por dónde empezar.  No había lugar para todos los cacharros, así que puse algunos sobre la cocina. Miré por la ventana, y, tras un suspiro empecé la tarea; primero acomodando un poco, organizando.
A través de vidrio se veía el día seminublado, las plantas, el cielo paliducho.
Había un poquito de viento, se ve, porque se movían las ramas de los siempreverdes.
Mientras miraba, empecé a enjabonar las cosas. Una, dos, lentamente todas. El único sonido era el del chocar  de los platos y vasos.
En un momento vi que los vidrios estaban un poco grises. Ahumados, diría yo. Estaba lavando con agua fría, así que eso no era vapor.
Seguí con mi tarea sin darle importancia.
Al rato me vi literalmente sumergida en un mar de humo; un humo blanco, espeso, asfixiante y acre.
Lo último que recuerdo es mi mano humedecida y chorreante de espuma tratando de abrir la ventana, que se aferraba ferozmente a su pestillo para permanecer cerrada.
No recuerdo bien… Creo que vi caer la mano sin fuerzas…

Sobre la hornalla de la cocina, apenas encendida, humeaba desesperadamente la perilla de la tapa de la cacerola que había quedado sobre el fuego, levemente encendido. 

María Nieves Acero
14-3-15

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